viernes, 21 de noviembre de 2008

LA SOLEDAD DEL PÚGIL QUE PINTABA CUADROS


José Antonio Parente, campeón de peso pluma y reconocido artista, fallece en un banco de Marqués de San Esteban.


De joven conoció en primera persona las mieles del éxito. Y lo hizo en diversas disciplinas. Fue un reconocido pintor y campeón asturiano de boxeo en peso pluma en la década de los cincuenta. Sin embargo, hacía años que José Antonio Parente Rodríguez no se acordaba de nada de eso. Tras ingresar en varios centros especializados por problemas psiquiátricos y mudo tras una laringectomía, se había convertido en un «clochard» de Gijón. Ayer, falleció a los 78 años en un banco de Marqués de San Esteban. Alguien colocó sobre los cartones donde dormía el mendigo una inscripción con su nombre y su edad.


La familia de Parente conoció ayer por la mañana la noticia de su fallecimiento. Divorciado y con dos hijas, ambas con residencia en Gijón, tenía además dos hermanas: Aída, con residencia en Oviedo, y Blanca, que vive en San Sebastián. Parente era hijo del contratista brasileño Juan Parente y de Liliana Primitiva, cubana de padres españoles. Él había nacido en Oviedo meses después de la llegada de sus padres a la capital asturiana. En esta ciudad descubrió su manejo con el pincel.


«Fue alumno de los mejores pintores de la época en la Escuela de Bellas Artes», subraya su hermana Aída. Su destreza le hizo valedor de una beca para perfeccionar su técnica en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. En la capital también continuó con su otra gran pasión: el boxeo. Con los años se convirtió en un destacado púgil a nivel regional y compitió en varios campeonatos nacionales.


Aída Parente pierde la pista de José Antonio hace unos meses. Según asegura, tras regresar a Oviedo de un viaje a Lisboa, descubre que su hermano ya no se encuentra en la residencia situada junto al Campo San Francisco en la que residía. «Me dijeron que había dos compañeros que lo maltrataban, pero lo dejaron marchar sabiendo que no se valía por sí mismo», afirma. Por eso, añade que denunciará a los responsables del centro. Semanas después supo que acudía a comer a la Cocina Económica de Oviedo. Ayer apareció muerto en una calle de Gijón. Su capilla ardiente quedó instalada en la sala número 7 del tanatorio. A última hora de la tarde, la puerta estaba cerrada y en el libro de pésames figuraban dos firmas.


Eloy Méndez. La Nueva España 13/11/2008

miércoles, 12 de noviembre de 2008

AL VATICANO VA A VOLVER SU P... MADRE



pensaba el ancianete con el jersey rosa F.A.E.S., mientras se cagaba en la mala sombra del grupo parroquial que les llevó de visita a la casa de San Pedro: "Por que una cosa ye ver estatues de paisanos sin pene" se decía "y otra pegame con esta maná de teutones hijos de puta sin educación, empeñaos en blanquear la puta estatua del Laooconte a base de flashazos".

Le queda la satisfacción de que, probablemente, antes de que acabe el día, esa manada de mamones con sobrepeso y ojos excesivamente separados se comerán algún lapo de cualquier camarero cejijunto al que le hayan tocado las pelotas más de la cuenta a la hora de pedir una pobre pizza de 7 euros.

¡Ah, la justicia divina!

lunes, 3 de noviembre de 2008

OBSCENO




Quizá el momento más obsceno, al enfrentarte a una situación terminal en la vida de una persona, es cuando en el hospital, aun en vida del futuro difunto, te dan una bolsa de plastico blanco, semitransparente (por aquello de la privacidad y para que no se vean las manchas de sangre y otros fluidos desagradables), con la ropa y los enseres (cartera, reloj, anillo, gafas...) que horas antes, el mismo que ahora yace indefenso dentro de un número disfrazado de sala, introdujo en el recinto hospitalario sobre su propia piel y por su propio pie.

Esa resignación de las personas encargadas de curar, cuando lo único que pueden ofrecerte es una estimación temporal de lo que resta hasta el último estertor, es obsceno, es un miedo obsceno, es revisar mentalmente toda una vida y observar sobre un colchón forrado en plástico (por higiene) a un ser humano, a una persona, a una parte de ti, agonizar y boquear de una forma indigna, en un entorno indigno, de la forma más obscena posible.

Yo nunca había visto a nadie agonizar.

Y después la llamada.
Y después las convenciones sociales.
Y después el albañil que, previo pago, ciega con cemento y ladrillos la última puerta al exterior, la última luz del día (lluvioso, por cierto).












E.M.D.M.A.