lunes, 3 de noviembre de 2008

OBSCENO




Quizá el momento más obsceno, al enfrentarte a una situación terminal en la vida de una persona, es cuando en el hospital, aun en vida del futuro difunto, te dan una bolsa de plastico blanco, semitransparente (por aquello de la privacidad y para que no se vean las manchas de sangre y otros fluidos desagradables), con la ropa y los enseres (cartera, reloj, anillo, gafas...) que horas antes, el mismo que ahora yace indefenso dentro de un número disfrazado de sala, introdujo en el recinto hospitalario sobre su propia piel y por su propio pie.

Esa resignación de las personas encargadas de curar, cuando lo único que pueden ofrecerte es una estimación temporal de lo que resta hasta el último estertor, es obsceno, es un miedo obsceno, es revisar mentalmente toda una vida y observar sobre un colchón forrado en plástico (por higiene) a un ser humano, a una persona, a una parte de ti, agonizar y boquear de una forma indigna, en un entorno indigno, de la forma más obscena posible.

Yo nunca había visto a nadie agonizar.

Y después la llamada.
Y después las convenciones sociales.
Y después el albañil que, previo pago, ciega con cemento y ladrillos la última puerta al exterior, la última luz del día (lluvioso, por cierto).












E.M.D.M.A.

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